A las dos en el abrevadero

      Los molinos de viento no se movían, aunque motivos no le faltaban, porque el aire ha soplado esta mañana de lo lindo. La Torre de los Morrones, sobre el cerro de su mismo nombre, se ha resistido a su "toma". La subida ha sido dura, desde la antigua estación de ferrocarril de Zújar-Freila. El antiguo edificio es testigo mudo del pasar de los años, y no es difícil imaginar a los lugareños esperando en el andén a los cansinos trenes que los llevarían lejos de nuestras tierras, en busca del pan que aquí no había.      El cerro de los Morrones se planta delante de nosotros, salpicado de molinos que hay que recorrer para llegar a nuestro destino. Parecemos liliputienses junto a ellos, y no paran de salir bromas acerca de lo que supone estar junto a estas moles de hierro moviendo sus alas. Al final nos aproximamos a la torre, al tiempo que nos vemos sorprendidos por el paisaje que desde allí se puede divisar. Todas las sierras circundantes, el pantano del Negratín, Zújar y sob